martes, diciembre 26, 2006

Las Peripecias De Un Carbono

En un principio me encontraba bajo la forma de CO2; me dedicaba todos los días a dar vueltas por el aire junto a otros gases. Aunque estábamos un poco dispersos la pasábamos muy bien: subíamos, bajábamos, íbamos de un lado a otro conociendo el mundo.
Una vez, me acerqué a la superficie del mar y me sumergí en una ola. La primera impresión que tuve no me gustó nada: hacía frío y me sentía limitado en mis movimientos. Ya en las profundidades, allí donde no llegan los rayos del sol, me encontré un hermano muy parlanchín que me dijo:
- “Quédate acá. Aunque no es tan lindo como estar libre en el aire, acá nadie te puede fijar”.
- “Nadie me puede qué?” – pregunté desconcertado.
- “Dije fijar. Es como quedar atrapado en largas cadenas de carbono”.
Con el tiempo, el aburrimiento y la oscuridad pidieron más que el miedo.
- “Yo me las tomo” – dije – “Acá está muy oscuro, no puedo ver nada y, para colmo, casi no puedo moverme”.
Acto seguido, comencé a subir, pasé entre cardúmenes, llegué a la superficie y, finalmente, me escapé del mar.
En el aire, nuevamente mis compañeros me volvieron a advertir:
- “Podés acercarte a cualquier animal, pero tené cuidado con las plantas. Si te acercás a ellas cuando hay luz, ya no serás el mismo”.
Curioso pero no irresponsable, como soy, me acerqué a un sauce durante la noche. A través de unos agujeros accedí al interior de una hoja y allí conocí paredes duras, paredes de consistencia aceitosa y extrañas bolsas que, a pesar de la oscuridad, se adivinaban verdes. Tan ocupado estaba en explorar estas últimas que no me di cuenta que había salido el sol. Y entonces todo ocurrió de golpe. Mientras miraba cómo unas moléculas de agua eran desarmadas, algo muy grande me agarró y me ató con otros cinco carbonos. Como en un torbellino, nos doblaron, nos estiraron y no sé que otras más. Lo cierto es que, después de esa peripecia, dejé de ser quien era.
Fue entonces que uno de mis cinco colegas me aseguró que esa calamidad no duraría mucho y que, a la corta o a la larga volveríamos a ser autónomos. Sin embargo las cosas no pasaron así. Nos mandaron por un caño al tronco donde había extrañas cadenas de carbonos. En un santiamén, mis cinco compañeros y yo aparecimos formando parte de ellas. Apenas podíamos movernos: cuando uno se ponía un poco más cómodo, otro quedaba torcido, hecho un nudo. Era como ser contorsionista a la fuerza.
Estuvimos allí muchos años hasta que un día el árbol se vino abajo. Nuevamente, y vaya a saber por qué, algunos aseguraron que en breve volveríamos al aire. Pero tampoco esta vez ocurrió: nos llevaron a una fábrica que, a la sazón era una papelera. Hoy me encuentro formando parte de la hoja de un libro, de la cual fue extraído este texto.

Hernán Sala

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanto! No puedo decir otra cosa! La verdad excelente texto!
LAs extraño!!!!